¿SABEMOS ALIMENTARNOS?

Si la alimentación de "homo sapiens" debe aportar todos los Nutrientes, en las cantidades y proporciones, que necesita nuestro organismo para su desarrollo y renovación, podemos afirmar con rotundidad que la mayoría de la población del primer mundo “NO SABE ALIMENTARSE”, puesto que la ignorancia y la despreocupación en esta materia es generalizada y potenciada por poderes ocultos.

Analizando el "desconcierto alimentario" imperante entre nuestros conciudadanos, casi me atrevo a pensar que esta situación no es un hecho fortuito, sino que obedece a una estrategia directamente planificada o, al menos, voluntariamente permitida por ciertos organismos influyentes de ámbito supranacional.

Estas "epidemias" actuales de obesidad, diabetes, hipertensión, cáncer y demás enfermedades crónicas, en continuo crecimiento, hace muchos años que tenían que haber hecho saltar todas las alarmas sanitarias y haber abordado una investigación seria de las causas subyacentes, que están relacionadas, en su mayor parte, con los desequilibrios nutricionales que soporta la alimentación del primer mundo.      

La Salud (Ver) está seriamente afectada por defectos, excesos y errores en la composición de los alimentos y, mientras enfermamos, siguen surgiendo nuevas teorías y programas parciales, que solo aportan soluciones puntuales y superficiales a los problemas de Obesidad (Ver), Diabetes (Ver), Hipertensión (Ver), Cáncer (Ver), Depresión (Ver), etc. Sigue...

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REFLEXIONES PRÁCTICAS

Las moléculas más frecuentemente afectadas por la oxidación son las grasas mono y poliinsaturadas, que se vuelven rancias, se decoloran y modifican sus sabores.

Algunos alimentos son protegidos mediante procesos de ahumado, salado o fermentado y otros alimentos grasos como el aceite de oliva se protege a sí mismo contra la oxidación por su contenido en antioxidantes naturales, aunque sigue siendo sensible a la oxidación por la luz y por eso se procura envasarlo en recipientes opacos. 

Últimamente algunos estudios están responsabilizando al aminoácido esencial metionina como principal causante de la producción excesiva de radicales libres. Se ha comprobado que es más abundante en las carnes que en los pescados, por lo que se recomienda reducir las primeras y aumentar los segundos para así beneficiarse, al reducir el daño oxidativo y sus consecuencias negativas.

Aunque el ser humano actual, por su libre albedrío, se crea absolutamente libre de elegir un tipo u otro de alimento y se deje guiar únicamente por las grandes empresas de alimentación o por la improvisación y el capricho a la hora de optar por la comida, la cruda realidad es que estamos predeterminados genéticamente a tener que suministrarnos todos los nutrientes en las cantidades y proporciones adecuadas para el "homo sapiens", es decir, alimentarnos equilibradamente (Ver), como lo hacían nuestros antepasados del paleolítico, quienes consiguieron sobrevivir, procrear y nos han trasmitido su herencia genética hasta nuestros días.

El exceso de ácidos reductores, derivados de ciertas dietas desequilibradas pueden tener efectos indeseables al unirse con el calcio, el hierro y el zinc e impedir su absorción, como por ejemplo el ácido fítico, excesivos en algunas dietas vegetarianas. También son frecuentes las deficiencias de hierro y calcio en las dietas de los países subdesarrollados, donde la dieta tiene menos proteína animal y es compensada con un exagerado consumo de ácido fítico, derivado del trigo, maíz y otros cereales integrales y de las legumbres, frijoles, nabos, ruibarbo, repollos, etc.

Los alimentos se pueden proteger aislándolos de la luz y del medio ambiente manteniéndolos en la oscuridad y cubriéndolos mediante envases u otro tipo de cobertura, aunque no se debe abusar de estos procedimientos, porque las condiciones anaerobias, por falta de oxígeno, producen degeneración de los productos y pérdida de sus sabores y colores.

 

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LA ALIMENTACIÓN DE NUESTROS ANCESTROS

Si analizamos la ingesta de nuestros antepasados, recolectores y cazadores, entre los que no había obesos, vemos que utilizaban como elemento base toda suerte de verduras de hoja y brotes tiernos, equivalente a nuestras lechugas, endibias, escarolas, acelgas, espinacas, setas, espárragos, champiñones, etc., que en su conjunto mantienen un buen equilibrio entre los azucares y las proteínas, a la vez que una sensible escasez de grasas.

Cuando utilizaban raíces y tubérculos en general, ricos en azucares los acompañaban de carnes, pescados, mariscos, crustáceos e insectos, que los compensaban adecuadamente, garantizando un saludable equilibrio en el eje insulina-glucagón, a la vez que un pleno aprovechamiento de la comida, sin excedentes que pudieran derivar y transformarse en tejido adiposo.

Así se explica que la tan temida obesidad, que afecta a más de la mitad de nuestra población, fuera excepcional entre ellos, al igual que en el resto del universo animal libre, que se alimenta siguiendo las pautas propias de su especie.

En el reino animal, al que pertenecemos, las reglas de juego para comer o dejar de hacerlo son exclusivamente las sensaciones de hambre y las de saciedad. Desde que nacemos el instinto de conservación con el mecanismo del hambre ligado a los descensos en la glucemia, es el motor que nos incita a alimentarnos y, cuando nuestros niveles de glucosa en sangre se elevan, aparecen las sensaciones de saciedad, que nos invitan a abandonar la comida d e forma natural. Este comportamiento tan animal y tan humano a la vez lo podemos observar normalmente en los lactantes, quienes reclaman con total insistencia su comida, cuando tienen hambre y la rehúsan cuando están saciados, sin que por alimentarse a demanda incrementen de manera patológica su porcentaje de grasa.  Sigue...

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¿QUÉ BUSCAMOS A LA HORA DE COMER?

En principio es la sensación de hambre la que nos incita a comer, inducido por las características organolépticas del alimento: olor, color, sabor, textura, presentación, etc., acompañado también del recuerdo de los horarios y de la coincidencia con los gustos personales del comensal.

En la mayoría de las ocasiones creemos que casi todos los alimentos vienen a ser muy parecidos o iguales en cuanto a su composición y, como con la mayoría de ellos conseguimos saciar nuestro apetito, nos guiamos únicamente por el placer que su ingesta nos produce.

Cualquier tipo de control en la alimentación es visto como una injerencia o como una limitación de nuestra libertad soberana a la hora de elegir las comidas, sin darnos cuenta de que cada vez estamos más dirigidos y controlados por las multinacionales de la alimentación, que nos manejan a su antojo y nos hacen comer, aun en contra de nuestra propia salud, lo que a ellos les interesa, es decir, lo que más beneficios les aporta.

Su estrategia consiste en utilizar las materias primas más baratas y de mayor estabilidad, a las que añaden los más atractivos sabores, colores y texturas. Estos productos los publicitan de forma eficaz y consiguen que el común de los mortales consumamos sus mercancías, “sintiéndonos libres”, mientras vamos engordando día a día más, a la vez que nos estamos alimentando de manera  deficiente y perdiendo nuestra salud sin ser conscientes de ello. Por ello es imprescindible “reaprender a alimentarnos”.

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NOS HAN TRUCADO LOS ALIMENTOS

Las personas que necesitan comer fuera de casa o utilizar directamente las comidas precocinadas acaban siendo obesas, porque esas comidas en su mayoría adolecen de un marcado exceso de hidratos (más abundantes y baratos) y un déficit de proteínas, (más caras, más difíciles de manipular y conservar). Además, para acentuar los sabores y mejorar la palatabilidad, se utilizan excesos de grasa, incluso de baja calidad.

Todo ser vivo logra crecer y multiplicarse gracias a un alto grado de interacción positiva con su entorno y en el fondo la causa remota por la que parte de la población actual se ha hecho obesa y enferma crónica es achacable a: “la inadaptación del ser humano al entorno propio de su especie”.

En los más de 250.000 años de historia del “homo sapiens” el medio siempre ha sido natural, hasta que hace 10.000 – 15.000 años los humanos se hicieron ganaderos y agricultores. Esto supuso un cambio relativo en la dieta al aumentar los hidratos de carbono por el uso de los cereales en detrimento de verduras, brotes, bayas, raíces, etc., disminuyendo también la necesidad de salir a cazar, que fue sustituida por los aportes de la ganadería.

Pero el cambio más drástico y peligroso se produce en estos 70 últimos años con la revolución industrial y la oferta de productos excesivamente ricos en hidratos y muy pobres en proteínas.

Si la genética humana del paleolítico en 15.000 años no ha podido adaptarse a los cambios de la agricultura y ganadería, no es de extrañar que a los humanos actuales estas modificaciones nos produzcan serias alteraciones metabólicas. La industria alimentaria fabrica y publicita productos ricos en hidratos, camuflados con olores, colores y sabores, que nos parecen de origen protéico, como por ejemplo: papas con sabor a jamón de Jabugo, con sabor a quesos especiales, a carnes asadas, etc. y de esta forma consiguen saciar, engañar y mal nutrir a sus clientes. Sigue...

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