Alberto no escribió una bibiografía por el momento

EL ÍNDICE DE MASA CORPORAL (I. M. C.)

El Índice de Masa Corporal  (I. M. C.) se obtiene de la división del peso del individuo en kilos, entre su talla en centímetros al cuadrado. IMC = Peso / Talla x Talla.

Este Índice sirve para obtener de forma muy sencilla cálculos estadísticos, comparables en cualquier población y para establecer escalas por encima o por debajo de las cifras consideradas como normales.

Estos valores son convencionales y permiten establecer diferentes cortes más o menos consensuados para señalarnos diferentes grados en el sobrepeso o en el infrapeso.

Si el resultado del I. M. C. está entre 20 y 25, se considera peso normal, si es inferior a 20 lo consideraríamos bajo peso y si supera la cifra de 25 lo consideraremos sobrepeso hasta el valor 30.

Ante un I.M.C. igual o superior a 30 hablaríamos de obesidad, que a su vez la podemos graduar de cinco en cinco unidades y le aplicaríamos un nivel progresivo de obesidad, considerándolas:

Obesidad de grado 1, si el I. M. C. está entre 30 y 35; de grado 2, si el I. M. C. está entre 35 y 40; de grado 3, si el I. M. C. está entre 40 y 45; de grado 4, si el I. M. C. está entre 45 y 50; etc. 

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¿CÓMO MEDIR EL SOBREPESO?

Hay muchas formas de medir el exceso de peso en relación a la masa corporal total. En cualquiera de esas mediciones pueden predominar la masa magra (hueso + masa muscular), la masa grasa o incluso el agua. Distinguimos por simple observación en la playa a quien le sobra o le falta algún kilo, sin embargo cuando nos basamos únicamente en medidas tan simples, como la talla y el peso, podemos cometer serios errores que hacen poco creíbles los resultados obtenidos.

Independientemente de los índices que manejemos nuestro sentido común y estético nos alerta de si una persona está o no con más grasa de la debida, sobre todo si observamos su cintura en toda su circunferencia, especialmente alrededor del ombligo y por encima de las crestas ilíacas.

A ese nivel se depositan y permanecen habitualmente los excedentes de grasa, aumentando el volumen de la cintura de forma apreciable. Así es fácil reconocer si un individuo está en sus medidas óptimas o no, puesto que todos tenemos en nuestra retina imágenes de personas atléticas y modelos publicitarios que mantienen unas formas más o menos ideales, según los cánones de las modas vigentes.

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¿OBESIDAD IGUAL A PESO EXCESIVO?

Con el término obesidad nos referimos a la constatación de un exceso de grasa en el cuerpo humano, en relación a unos modelos, definidos como ideales para el logro de una vida más larga y saludable. Esto no debe confundirse con la presencia de un peso total superior a los valores estándar, que puede deberse a otras causas. 

Todos conocemos a personas muy musculadas que mantienen un sobrepeso relativo, justificado por su mayor desarrollo óseo y muscular, a quienes no se les puede considerar como obesos, puesto que la proporción relativa de sus reservas de grasa no lo atestiguan, al menos a primera vista.  

La obesidad ha de entenderse como un exceso en la cantidad y proporción de la grasa corporal que soportamos y no como una abundancia relativa del peso. Por ello, siempre que podamos, utilicemos métodos que calculen los excesos en el porcentaje de grasa, ya que éste parámetro es el verdadero responsable de la obesidad patológica, que perseguimos.

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CONSECUENCIAS DE ESTAR GORDO

Se está definiendo la obesidad como la epidemia del siglo 21, que está afectando cada día a mayor número de personas en el primer mundo. Las estadísticas concluyen que la obesidad en los últimos 20 / 30 años ha aumentado un cuatrocientos por cien en los niños españoles. Esta información nos tiene que poner en guardia y encender todas las alarmas, pues nos está indicando la presencia, en origen, de un desorden alimentario, asociado a múltiples tipos de enfermedad (Ver)

Las autoridades sanitarias deberían tomárselo más en serio y advertir a la población del grave riesgo de enfermedad que estamos incubando ahora mismo, porque el 80 % de los niños obesos de hoy serán adultos obesos.  

En el mundo hay 2.000 millones de personas obesas y solo en los EE. UU. se gastan 2.200 millones de dólares anuales para adelgazar, entre dietas, gimnasios, fármacos, programas de intervención, cirugías paliativas, educación para la salud, etc.

Ante este panorama podemos tener la certeza de que, si no ponemos freno a la obesidad, en las próximas generaciones nuestros sistemas sanitarios verán multiplicados los pacientes crónicos, que llegarán a colapsar los servicios disponibles.

Ya se sabe científicamente que la obesidad esta directamente asociada a mortalidad y morbilidad por enfermedades vasculares (Ver), hipertensión arterial (Ver), diabetes (Ver), hiperlipemias, ciertas hepatitis, artrosis, ansiedad, depresión (Ver), inmunodeficiencia y varios tipos de cáncer (Ver).

Si corregimos la obesidad, mediante una reordenación alimentaria, estaremos permitiendo, sin coste adicional alguno, que nuestro organismo desarrolle sus capacidades regeneradoras y que supere la mayor parte de las enfermedades crónicas.

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¿AUMENTA EL PESO CON LA EDAD?

En nuestra propia historia personal podemos recordar épocas con más o menos kilos y quizás tenemos la tentación de aceptar como normal y ligado a la edad el progresivo incremento de peso. Esta observación muchas veces interesada y tranquilizadora es utilizada por ciertos “expertos”, que asocian de manera determinista los problemas de salud con la genética o con los años. Así podemos creer que estamos abocados a padecer cualquier problema de salud o del metabolismo, según avanzamos en edad.

Frente a esta tentación de aceptación y conformismo debemos recordar que en los animales, que viven en libertad, no existe la obesidad, ni los individuos aumentan de peso con la edad, aunque dispongan de alimentos en abundancia.

Igualmente entre los humanos de los pueblos más primitivos o los menos contaminados por la moderna situación de inactividad, podemos observar que no son frecuentes las personas obesas sino, al revés, que su peso se reduce sensiblemente a lo largo de su vida por la pérdida de masa muscular y ósea, que debemos atribuir, en justicia, a la falta de estimulación (inactividad) y, o al déficit de materiales de reposición por la ausencia de proteínas en la dieta.  

El factor edad, por lo tanto, no es en sí constitutivo de enfermedad metabólica, sino la circunstancia que, con el paso del tiempo, permite constatar en nuestro organismo las señales del autocuidado o del deterioro, provenientes de todos los procesos vividos, tanto positivos como negativos.

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