Alberto no escribió una bibiografía por el momento

¿SOMOS CULPABLES POR ENGORDAR?

Muchas personas sufren si no pueden o, mejor dicho, no saben controlar su sobrepeso, llegando a situaciones extremas de angustia y desesperación. Algunas creen que engordan por culpa del placer que sienten al comer y se lo recriminan constantemente. Hay quienes parecen convencidas de que la vida debe ser un “valle de lágrimas”, al que hemos llegado para s de ahí que se haya establecido y generalizado el dicho popular: “Todo lo bueno o es pecado o engorda”.

Frente a esta errónea y nefasta creencia debemos reaccionar, observando y analizando el comportamiento de los seres vivos de cualquiera de las especies que poblamos la tierra. Ningún individuo renuncia al placer de comer porque forma parte de su instinto de supervivencia y es inherente a la satisfacción de sus necesidades alimenticias, por ello el deleite derivado de la comida a lo largo de la vida, cada vez más, está siendo considerado como el más amplio y continuado de los placeres terrenales. ¿A caso nos parece reprobable la sonrisa placentera de un bebé lactante, cuando esta saciando su apetito?. 

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¿QUÉ BUSCAMOS A LA HORA DE COMER?

En principio es la sensación de hambre la que nos incita a comer, inducido por las características organolépticas del alimento: olor, color, sabor, textura, presentación, etc., acompañado también del recuerdo de los horarios y de la coincidencia con los gustos personales del comensal.

En la mayoría de las ocasiones creemos que casi todos los alimentos vienen a ser muy parecidos o iguales en cuanto a su composición y, como con la mayoría de ellos conseguimos saciar nuestro apetito, nos guiamos únicamente por el placer que su ingesta nos produce.

Cualquier tipo de control en la alimentación es visto como una injerencia o como una limitación de nuestra libertad soberana a la hora de elegir las comidas, sin darnos cuenta de que cada vez estamos más dirigidos y controlados por las multinacionales de la alimentación, que nos manejan a su antojo y nos hacen comer, aun en contra de nuestra propia salud, lo que a ellos les interesa, es decir, lo que más beneficios les aporta.

Su estrategia consiste en utilizar las materias primas más baratas y de mayor estabilidad, a las que añaden los más atractivos sabores, colores y texturas. Estos productos los publicitan de forma eficaz y consiguen que el común de los mortales consumamos sus mercancías, “sintiéndonos libres”, mientras vamos engordando día a día más, a la vez que nos estamos alimentando de manera  deficiente y perdiendo nuestra salud sin ser conscientes de ello. Por ello es imprescindible “reaprender a alimentarnos”.

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¿COMIDAS RÁPIDAS / COMIDAS LENTAS?

Respecto a las “fast food” o comidas rápidas debemos ser claros y precisos. La rapidez a la hora de montar una comida no tiene porqué influir en la cantidad, ni en la calidad, ni en la proporción de los nutrientes que ingerimos.

Basta con observar el nivel de idoneidad de las comidas más sencillas y primitivas del ser humano, tales como: la leche materna, las verduras de hoja, los brotes de soja, setas y espárragos, las legumbres, las frutas frescas, los frutos secos, etc., que nutricionalmente son productos naturales y extraordinarios, que no necesitan de ninguna elaboración especialmente laboriosa.

También de manera extremadamente sencilla, se pueden preparar combinados alimenticios sabrosos y equilibrados, de muy rápida manufactura, tales como: ensaladas, tapas, bocadillos, canapés, batidos de frutas, etc.

Con idénticos argumentos podemos deducir que las comidas lentamente elaboradas o “low food” no garantizan su calidad. Siempre debemos indagar sobre su justa adecuación a las características de la especie humana, es decir, que tanto la cantidad como la proporción de todos los nutrientes, que el ser humano necesita en cada una de sus situaciones vitales, estén presentes en sus menús de cada día.

En síntesis, hay que asegurar la cantidad suficiente de los nutrientes y el perfecto equilibrio entre ellos para que el combinado alimenticio coincida, en cada circunstancia con las necesidades puntuales del sujeto. Hablamos por lo tanto de los “Combinados Sapiens” o conjunto de alimentos, diseñados específicamente para los seres humanos cuyas cantidades y proporciones sean acordes con las necesidades concretas de cada persona.

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¿CÓMO MEDIR EL EXCESO DE GRASA?

Hasta hace pocos años resultaba muy engorroso obtener una medición fiable del porcentaje de grasa de un individuo, debiendo recurrir a valoraciones de la densidad corporal muy complejas o a cálculos sofisticados, a partir de ciertos pliegues del cuerpo. Afortunadamente este problema ha sido solventado con los aparatos de impedanciometría, que proporcionan directamente y con bastante fidelidad los porcentajes de grasa respecto al peso total.

Según esta metodología, se considera aceptable/deseable para los varones adultos un porcentaje de grasa corporal del 15 % y para las mujeres adultas de un 22 %, sobre el peso total. Estos porcentajes son susceptibles de modificar, al alza o a la baja para mejorar la eficiencia en la práctica de determinados deportes de competición.

No obstante si queremos tener a nuestro alcance un método fiable y sencillo, que nos confirme la presencia o ausencia de un exceso de grasa, podemos simplemente coger con los dedos índice y pulgar de cada mano los pliegues de nuestra piel, a derecha e izquierda del ombligo y encima de los huesos de las palas ilíacas, más conocidos como caderas. Si estos pliegues están entre uno y dos centímetros probablemente tengamos la reserva grasa adecuada a los estándares,  pero si están por encima o por debajo de esas medidas lo más probable es que, respectivamente, nos esté sobrando o faltando tejido adiposo. Estas indicaciones y mediciones están disponibles y son de libre acceso, en el servicio: ANTROPOMETRÍA de nuestra web Dyética.

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VALORACIÓN DEL ÍNDICE DE MASA CORPORAL (I. M. C.)

Si aplicamos el I. M. C. a personas de gran masa muscular o de mucha masa ósea (atletas, culturistas o individuos con gran estructura ósea), vamos a obtener resultados erróneos o, al menos, equívocos, porque pueden tener incrementado su peso total, sin presencia  de excesos de grasa y al dividir este valor por los centímetros de su altura al cuadrado, mostrarán un Índice de Masa Corporal elevado, sin ser obesos. Al contrario ocurre con las personas de escasa musculatura o exigua masa ósea, que pueden tener una grasa superior a la ideal y presentan un (I. M. C.) falsamente  correcto.

En la práctica diaria para el control individual del sobrepeso o de la obesidad, el método de medición I.M.C. no nos ofrece un instrumento útil para la valoración y vigilancia de este problema. En los casos concretos y particulares, debemos buscar soluciones más sensibles y fiables para poder atender a nuestros clientes o para el propio autocontrol. 

Este índice también ha tenido que ser ajustado y diferenciado para hombres y mujeres adultos, porque generalmente los hombres y las mujeres poseemos diferentes masas óseas y musculares por razones biológicas obvias, además de las importantes diferencias de peso estimuladas por la actividad física.

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