Alberto no escribió una bibiografía por el momento

¿A QUÉ LLAMAMOS CÁNCER?

Llamamos cáncer a un conjunto de enfermedades en las que nuestro propio organismo produce y mantiene un exceso de células anormales (también conocidas como malignas, cancerígenas o cancerosas), que se establecen incluso fuera de lugar y cuyo desordenado crecimiento excede los límites estructurales. Cuando este crecimiento celular anormal invade los tejidos vecinos, por vía sanguínea o linfática, le llamamos metástasis.

Esta característica diferencia a los tumores malignos de los benignos, que solo crecen en su lugar de origen, pero no invaden otros tejidos, ni producen metástasis. 

Otra característica de las células normales es su crecimiento ordenado, que al sentir el contacto con las células vecinas, frenan su reproducción, al contrario que las células malignas que crecen alocadamente y tienden, en general, a formar tumores.

En el mundo occidental la mayoría de los cánceres suelen ser tratados y bastantes de ellos curados, dependiendo de diversos factores como la respuesta inmunitaria del paciente, el tipo de tumor, su localización y el estado evolutivo en el que se encuentre.

Cada vez se descubren nuevas y complejas interacciones entre el material genético, los carcinógenos y el medioambiente en el que se desenvuelve el ser humano. La ciencia médica trata de buscar los motivos por los que algunos individuos sí desarrollan cáncer después de una exposición a carcinógenos y otros no.

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LA AMENAZA DEL CÁNCER

El cáncer es una de las dos principales causas de mortalidad en los países desarrollados. En España las Enf. Cardiovasculares son responsables del 32 % de los fallecimientos y el Cáncer del 26 %. Estas cifras ya nos hablan de su importancia estratégica y de la necesidad de diseñar programas para su prevención. El cáncer puede darse a cualquier edad, pero el riesgo de aparición de los más comúnmente registrados va paralelo a los años de vida. 

La palabra cáncer ya nos pone los pelos de punta cuando la leemos o pronunciamos, pues queramos o no la identificamos con un problema de salud grave, con importante riesgo de muerte, aunque cada vez se consiguen mejores y más definitivos controles, siempre que la detección y el tratamiento de la enfermedad se lleve a cabo en las primeras fases de su desarrollo. Mejor aún, si ponemos en marcha la llamada prevención primaria, consistente en evitar los factores de riesgo y potenciar el propio sistema inmunitario.

Aunque sabemos que nuestra vida va a tener un límite en el tiempo, la sola idea de sentir la presencia de esa “espada de Damocles” sobre nuestra cabeza nos debería alertar y poner en marcha todos los sistemas preventivos. Sigue...

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CELULITIS Y RETENCIÓN HÍDRICA

La celulitis es más frecuente en el sexo femenino que en el masculino y, dentro del sexo femenino, se da con mayor frecuencia en unos tipos anatómicos que en otros. Las mujeres con las caderas más anchas, suelen tener con mayor frecuencia celulitis en muslos y glúteos. Parece que podría deberse a que, al ser sus trocánteres algo más largos, permiten una menor concentración de las masas musculares en glúteos y muslos, dejando mayor espacio de almacenamiento a líquidos intersticiales y adipocitos, aumentando en consecuencia las posibilidades de asentamiento del material celulítico.

Por supuesto que en las personas que mantienen una actividad física superior la celulitis es mucho menos frecuente, aunque anatómicamente puedan estar predispuestas.

El otro elemento fundamental para la formación de la celulitis es el aumento del líquido intersticial, es decir, el que está entre las células y los vasos sanguíneos y linfáticos. Es el líquido que está en tierra de nadie, ni dentro de las células ni dentro de los vasos y su destino es mantener el equilibrio iónico e hídrico  de las células y evacuar su detritus a través de los vasos sanguíneos. Para esta última función es necesaria la colaboración de las masas musculares, quienes con su movimiento masajean las venas, consiguiendo el drenaje, mediante un complejo sistema de válvulas. También y aun a pesar de la actividad muscular y del equilibrio hormonal, se puede producir una retención hídrica relacionada con una alimentación pobre en proteínas, cuyo relativo déficit reduce la presión oncótica necesaria para la reabsorción y posterior eliminación de los líquidos excedentes por el riñón.

 

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LA ALIMENTACIÓN DE NUESTROS ANCESTROS

Si analizamos la ingesta de nuestros antepasados, recolectores y cazadores, entre los que no había obesos, vemos que utilizaban como elemento base toda suerte de verduras de hoja y brotes tiernos, equivalente a nuestras lechugas, endibias, escarolas, acelgas, espinacas, setas, espárragos, champiñones, etc., que en su conjunto mantienen un buen equilibrio entre los azucares y las proteínas, a la vez que una sensible escasez de grasas.

Cuando utilizaban raíces y tubérculos en general, ricos en azucares los acompañaban de carnes, pescados, mariscos, crustáceos e insectos, que los compensaban adecuadamente, garantizando un saludable equilibrio en el eje insulina-glucagón, a la vez que un pleno aprovechamiento de la comida, sin excedentes que pudieran derivar y transformarse en tejido adiposo.

Así se explica que la tan temida obesidad, que afecta a más de la mitad de nuestra población, fuera excepcional entre ellos, al igual que en el resto del universo animal libre, que se alimenta siguiendo las pautas propias de su especie.

En el reino animal, al que pertenecemos, las reglas de juego para comer o dejar de hacerlo son exclusivamente las sensaciones de hambre y las de saciedad. Desde que nacemos el instinto de conservación con el mecanismo del hambre ligado a los descensos en la glucemia, es el motor que nos incita a alimentarnos y, cuando nuestros niveles de glucosa en sangre se elevan, aparecen las sensaciones de saciedad, que nos invitan a abandonar la comida d e forma natural. Este comportamiento tan animal y tan humano a la vez lo podemos observar normalmente en los lactantes, quienes reclaman con total insistencia su comida, cuando tienen hambre y la rehúsan cuando están saciados, sin que por alimentarse a demanda incrementen de manera patológica su porcentaje de grasa.  Sigue...

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SOLUCIONES RACIONALES A LA OBESIDAD

Casi todas las dietas diseñadas para reducir el exceso de grasa se centran en dos condiciones: A.- Reducir la cantidad de calorías en la comida y B.-Aumentar el gasto de calorías con más ejercicio físico.  Esta pareja de gendarmes puede conseguir parte del objetivo, pero puede provocar efectos indeseables al actuar “por la brava” y no corregir el origen del problema.

Dyética propone dos soluciones inteligentes, sin riesgo para la salud:

1ª: Reducir las entradas directas e indirectas de grasa: (alimentos con exceso de aceite o grasa) y (desequilibrios entre hidratos y proteínas), sin limitar la ingesta de los hidratos y las proteínas. Debemos lograr que nuestro organismo gaste la grasa que acumuló sin provocar alteraciones metabólicas y esto se consigue reduciendo tanto la ingesta de aceites añadidos, como las grasas que acompañan a las proteínas.

2ª: Gastar los excesos de grasa, (aumentando la actividad, si es posible). El ejercicio físico, que necesita de un buen combustible para su correcto desarrollo es un magnifico aliado para ser utilizado como quemador de grasas.

En síntesis “hay que aprender a comer”, es decir, estudiar el nuevo entorno alimentario y ajustarlo a las exigencias genéticas de nuestra especie.  De esta sencilla forma conseguimos perder el tejido adiposo excedente, sin reducir el aporte de los azucares ni el de las proteínas. De estos únicamente tendremos que asegurar para cada comida cantidades suficientes y proporcionadas, acompañados de la menor cantidad de grasa, que garantice la palatabilidad necesaria, es decir una fórmula ideal para reducir las reservas de grasa.(Ver). Sigue...

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