La contaminación interior asfixia más que la exterior

José Ramón Zárate Covo
16 noviembre, 2019 Una encuesta del año pasado de la compañía Velux en catorce países ponía de relieve una brecha de percepción entre cómo las personas piensan que viven y la realidad: el 82% cree que pasa menos de 21 horas al día en interiores y el 62% que pasa menos de 18 horas.

En realidad, la mayor parte de los habitantes del mundo pasan casi el 90% de su tiempo encerrados en viviendas u oficinas, con frecuencia en edificios oscuros, poco ventilados e insalubres. Según comentaba Russel Foster, neurocientífico de la Universidad de Oxford, “desde el año 1800 al año 2000, hemos pasado de un 90% de personas trabajando en el exterior a menos del 20%. De ser una especie al aire libre, ahora pasamos la mayor parte del tiempo en interiores mal oxigenados”. Hasta en los modernos gimnasios, templos del bienestar y la salud física, hay luz artificial y ventanas herméticas.

El último número de Nature Microbiology recoge una comparación de sustancias microscópicas en hogares y personas en cuatro escenarios: un remoto pueblo peruano de la selva con chozas de paja sin paredes, un pueblo peruano con casas de madera sin fontanería interior, una ciudad peruana de 400.000 habitantes y servicios más modernos, y la metrópoli brasileña de Manaos, con dos millones de habitantes. El estudio multicéntrico, dirigido desde la Universidad de Rutgers, encontró que la diversidad de productos químicos, derivados de fármacos o agentes de limpieza, que se adhieren a las superficies interiores aumenta drásticamente con la urbanización y es lógicamente escasa en las casas rurales o en las chozas selváticas. En los hogares urbanos había mayor diversidad de especies fúngicas asociadas con la piel humana y resistentes a los productos de limpieza, alimentadas por temperaturas más cálidas, una ventilación escasa y niveles menores de luz natural. En los hogares rurales y selváticos, hallaron en cambio mayor variedad de bacterias y hongos exteriores, y menos especies colonizadoras del cuerpo humano. La urbanización, concluyen, se asocia con una reducción de las enfermedades infecciosas, pero también con un aumento de la obesidad, el asma, las alergias, el autismo y otros trastornos, así como con una pérdida de diversidad en el microbioma humano. “La vida moderna nos separa del entorno natural y nos rodea de compuestos industriales, niveles más altos de dióxido de carbono y hongos amantes de la piel”, escribe la autora principal María Gloria Domínguez-Bello, profesora de Bioquímica y Microbiología de la Universidad de Rutgers. La Organización Mundial de la Salud estimaba en 2017 que la contaminación interior se asociaba a 4,3 millones de muertes prematuras en el mundo frente a los 3,7 que causaría la contaminación exterior.

La OMS estimaba que 2017 que la contaminación interior se asociaba a 4,3 millones de muertes prematuras en el mundo frente a los 3,7 que causaría la contaminación exterior.

La palabra contaminación evoca fábricas humeantes y atascos de tráfico. Al margen de sus olores, humos y miasmas interiores, “las casas nunca se han considerado una fuente importante de contaminación del aire exterior”, comentó Marina Vance, profesora de Ingeniería Mecánica en la Universidad de Colorado, en una reunión de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias el pasado febrero.

Desde 2018, Vance codirige el proyecto HOMEChem, que utiliza sensores y cámaras avanzadas para monitorizar la calidad del aire de una casa prefabricada de 110 metros cuadrados en el campus de la Universidad de Texas en Austin. Miden las fuentes de oxidantes químicos y cómo se ven afectados por la luz o las actividades humanas; las fuentes de compuestos orgánicos y sus transformaciones, y las especies reactivas de nitrógeno. Han observado que incluso tareas básicas como hervir agua sobre la llama de una estufa o hacer una tostada multiplican los contaminantes gaseosos y partículas en suspensión, con impactos negativos en la salud. Y así, mientras las emisiones de coches y camiones disminuyen con las nuevas regulaciones, los contaminantes domésticos van en aumento. “Las agencias medioambientales controlan el ozono y las partículas finas, pero los datos de toxinas como el formaldehído y el benceno y compuestos como los alcoholes y las cetonas que se originan en el hogar son muy escasos”, dijo Joos de Gouw, del Instituto de Investigación en Ciencias Medioambientales de la Universidad de Colorado.

Un análisis publicado en junio en Building and Environment por un equipo de la Universidad Estatal de Washington descubrió que los niveles de formaldehído aumentan en los hogares a medida que la temperatura interior asciende: entre tres y cinco partes por mil millones por cada grado centígrado. “Los materiales se calientan y se descomponen”, explicaba Tom Jobson. El trabajo muestra cómo las olas de calor podrían afectar a la calidad del aire interior. También vieron que los niveles de contaminación variaban a lo largo del día: más altos por la tarde y más bajos en la madrugada. Y se sorprendieron al encontrar en una casa que, cuando se calentaba, el panel de yeso emitía altos niveles de formaldehído, hasta 159 partes por mil millones y posiblemente mercurio. Esa casa, construida a principios de la década de 1970, tenía calefacción radiante en el techo, sistema popular en aquella época. La exposición doméstica al formaldehído no está regulada en Estados Unidos, pero la Agencia de Sustancias Tóxicas ha establecido ocho partes por mil millones como nivel aceptable. “Tenemos que equilibrar en la construcción de hogares la mayor eficiencia energética y la protección de nuestra salud”, reflexionaba Jobson.