Estilo de vida, inflamación crónica y carcinogénesis: nuevos datos refuerzan la implicación de la dieta y el ejercicio físico

Carla Nieto Martínez

12 de mayo de 2022 MADRID, ESP. En el marco de la sesión Salud de Precisión: Oncology, celebrada dentro del VII Congreso Internacional de la Sociedad Española de Salud de Precisión (SESAP), se realizó una actualización de las últimas evidencias respecto al nexo cáncer-estilo de vida, analizando en concreto el papel que pueden tener determinados nutrientes en el desarrollo tumoral y también los datos más recientes que justifican la idea de que la prescripción de ejercicio físico no debería ser opcional, sino estar integrada en el tratamiento oncológico.[1]

"La dieta y el estilo de vida pueden influir en cada una de las etapas sucesivas que se dan en el proceso de carcinogénesis: iniciación, promoción y progresión. Aunque los factores alimenticios y relacionados con los hábitos diarios son más o menos los mismos, en cada una de estas fases el impacto de unos y otros es distinto", explicó el dietista-nutricionista Pedro Carrera Bastos, doctorando e investigador en Nutrición, Metabolismo e Inflamación, quien abordó el análisis de esta cuestión en su ponencia Dieta y hábitos en la prevención de carcinogénesis.[2]

"Entre los factores nutricionales que intervienen en la fase de iniciación se encuentra el déficit de determinados nutrientes, entre ellos los de folato y vitaminas del grupo B (B12, B6, B3), que favorecen roturas cromosómicas, la hipometilación del ADN y aumentan la sensibilidad a mutágenos. Por su parte, el déficit de vitamina C y selenio aumenta el daño oxidativo del ADN, un efecto que también se asocia a unos niveles inadecuados de zinc y magnesio y al déficit de vitamina D".
"También se ha visto que tiene un impacto negativo en la fase de iniciación la aflatoxina, presente en alimentos de origen vegetal, como yuca, pimiento, maíz, mijo, arroz, sorgo, trigo, semillas de girasol o cacahuate, aunque su efecto depende en gran medida de la forma en la que estén almacenados estos alimentos", añadió Carrera.

Pero entre todos estos agentes, sin duda los más "implicados" en esta fase de la carcinogénesis son los compuestos nitrosos, nitritos y nitratos en concreto, explicó el experto: "Los que están presentes de forma natural en los alimentos no causan cáncer porque bioquímicamente no producen nitrosaminas. El ʹproblemaʹ lo tenemos con los nitritos que se añaden, por ejemplo, a las carnes procesadas o a los embutidos; estos sí llevan a producción de nitrosaminas".

Cómo minimizar el efecto de los hidrocarburos aromáticos policíclicos
Contextualizando el nexo entre las nitrosaminas y la carcinogénesis, Carrera recordó que estas sustancias también están presentes en el tabaco, aunque con claras diferencias en cuanto a su repercusión: "De hecho, cuando se comparan los efectos del tabaco con los del consumo de las carnes procesadas vemos que 72% de los casos de cáncer de pulmón y 15% de todos los cánceres están producidos por el hábito de fumar, mientras que el consumo de carnes procesadas se asocia a 13% de los casos de cáncer de intestino y a 1,5% de todos los cánceres".
El especialista señaló que dentro de los alimentos procesados hay dos tipos que resultan más nocivos en este sentido: la carne curada (que tiene compuestos N-nitrosos) y carnes y pescados ahumados, que contienen hidrocarburos aromáticos policíclicos, sustancias químicas directamente relacionadas con determinados métodos de cocinado: "Se sabe que los hidrocarburos aromáticos policíclicos se forman al cocinar alimentos de origen animal y también vegetal, ya que es la pirólisis, tanto de material orgánico como de lípidos y proteínas, la que genera estas sustancias".

Para ilustrar el papel que juegan en este sentido las distintas formas de cocinado, Carrera analizó los resultados de una investigación llevada a cabo en China, en la que se compararon los hidrocarburos aromáticos policíclicos de origen animal y vegetal en crudo y tras ser asados a la brasa: "Los autores observaron que el aumento de hidrocarburos aromáticos policíclicos fue mucho más significativo en los alimentos de origen animal. Asimismo, comprobaron que entre las carnes, la de pollo es la más proclive a la formación de hidrocarburos aromáticos policíclicos".

También destacó que es posible reducir la formación de estas sustancias mediante una serie de estrategias, "por ejemplo, marinando el alimento en una solución ácida durante más de una hora, ya que de esta forma se reduce la formación de estos hidrocarburos y también de los productos finales de la glicación avanzada, que son prooxidantes y proinflamatorios. Otra opción es condimentar la carne y el pescado antes de asarlos (con pimienta, pimentón, ajo, cebolla, jengibre, cúrcuma, comino, canela, clavo, hinojo, anís estrellado), cocinar a baja temperatura (el hervido es una de las técnicas más beneficiosas) y sobre todo, ingerir la carne y el pescado junto a una gran cantidad de verduras, especialmente de la familia de las brásicas (coles, brócoli, repollo, berza, nabo, col de Bruselas, mostaza)".

Objetivo, frenar la inflamación
El especialista explicó el por qué de esta recomendación: "La carne cocinada a la brasa puede contener benzopireno, un hidrocarburo que puede causar una mutación en el ADN, siendo un iniciador de la carcinogénesis, mientras que las brásicas son ricas en sulforafano, implicado en el aumento de la expresión de ciertos genes, entre ellos el que codifica para la expresión de la glutation-s-transferasa, favoreciendo así la eliminación del benzopireno".

En cuanto a los factores que pueden actuar como promotores y progresores de la carcinogénesis, son muchos y diversos, entre ellos estrés psicológico y disrupción circadiana (como han demostrado varios estudios sobre los efectos del trabajo por turnos), inactividad física, obesidad; hiperglucemia, hiperinsulinemia y aumento de las concentraciones del factor de crecimiento insulinoide tipo 1(IGF-1)/proteína de unión al factor de crecimiento insulinoide tipo 3 (IGFBP-3), disbiosis y déficit de vitamina D.

El elemento común o "hilo conductor" de todos estos factores es la inflamación, ya que se sabe que la respuesta inflamatoria activa, por distintos mecanismos, la expresión de genes implicados en la apoptosis, el aumento de la angiogénesis, la proliferación celular, etcétera. "Como pudimos comprobar en un estudio realizado en esta línea, entre las principales causas de la inflamación crónica sistémica se encuentran la obesidad, la inactividad física, la disrupción circadiana, el estrés psicológico crónico, la exposición a varios xenobióticos o una dieta inadecuada.[3] Todo esto puede activar varias rutas proinflamatorias, contribuyendo a la carcinogénesis".

Paralelamente a las evidencias del papel de la inflamación en las fases de promoción y progresión tumoral, también hay cada vez más datos sobre los elementos nutricionales o de estilo de vida que pueden prevenir o frenar este efecto. "Uno de ellos se refiere a los ácidos grasos de la familia omega-3 (EPA, DHA), que pueden unirse a un receptor transmembranal, inhibiendo la activación de las proteínas cinasas. Estos ácidos son una solución sobre todo en pacientes con inflamación crónica sistémica de bajo grado. También hay varios fitoquímicos presentes en alimentos como el jengibre, el té verde, la cúrcuma y el brócoli y demás brásicas que pueden inhibir la fosforilación de las proteínas cinasas. Pero lo realmente importante es identificar las causas de la inflamación crónica de bajo grado en cada uno de los pacientes y actuar de acuerdo a estas. Este es el gran objetivo. De igual manera cambiar el estilo de vida, es mucho más relevante que pensar en nutrientes o sustancias concretas, puesto que son los rituales diarios los que determinan nuestra salud", concluyó el experto.Ejercicio… ¿integrado en la terapia oncológica pautada?

En la misma sesión, Adrián Castillo García, licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte e investigador durante cuatro años en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona (IIBB) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), hizo un repaso a los últimos estudios que evidencian la importancia de la práctica de ejercicio físico durante el tratamiento del cáncer y su potencial papel en la modulación del microambiente tumoral y sobre la función inmunitaria.

En su ponencia Cáncer y ejercicio físico: una batalla entre células de alto rendimiento, el especialista comentó los puntos de conexión entre la fisiología del ejercicio y la fisiopatología del cáncer constituyen un campo incipiente, iniciado no hace más de diez años y en el que aún hay muchas cosas por descubrir.[4] "Deberíamos ampliar este campo de investigación para aportar razones clínicas de por qué el ejercicio físico tendría que ser un tratamiento imprescindible en los pacientes oncológicos", apuntó el experto.
"El cáncer es una enfermedad con un claro componente metabólico y el microambiente tumoral determina en parte el desarrollo y malignidad de la enfermedad. En este marco, se sabe que la hipoxia es uno de los principales desencadenantes de la agresividad del tumor, dando lugar a un círculo vicioso que favorece mutaciones protumorales, de ahí que sea imprescindible, en la lucha contra la enfermedad, reducir los niveles de hipoxia. El reto de cualquier terapia es modular el microambiente tumoral y combatir metabólicamente al tumor con el objetivo de que los tratamientos sean mucho más efectivos".

"En este sentido y según los datos de estudios preclínicos, el ejercicio físico podría mejorar la eficacia de estas terapias. Concretamente se ha visto que tiene capacidad para modular el ambiente tumoral, disminuyendo la hipoxia y reduciendo la biodisponibilidad del lactato plasmático, un metabolito presente en este microambiente a niveles elevados. Este efecto modulador se traduce en una mejora de la eficacia de la quimioterapia y otros tratamientos oncológicos", añadió.

Castillo destacó los resultados de uno de los estudios más recientes en esta línea, en el que se analizó este efecto y se demostró que el ejercicio físico, en combinación con la quimioterapia, reduce en gran medida la progresión y el volumen tumoral, lo que lo posiciona como un importante elemento optimizador de los principales tratamientos que se aplican a estos pacientes.[5] "Asimismo, los únicos estudios realizados en humanos (concretamente en el caso del cáncer de páncreas) demuestran que el ejercicio remodela la estructura vascular, incluso cuando es pautado (en pequeñas dosis) para ser realizado en el domicilio del paciente".
En cuanto al tipo de ejercicio más adecuado para lograr este efecto, en opinión del experto las mejores mitocondrias "lavadoras" del lactato son las que se asocian al ejercicio de resistencia, como el ciclismo.

"Por tanto, prescribir dosis de actividad física a una intensidad y volumen establecidos puede ser muy determinante para combatir el microambiente tumoral, pero estas evidencias preliminares deben confirmarse en ensayos en humanos con el fin de ratificar el papel del ejercicio como tratamiento capaz de mejorar la eficacia de las terapias principales", concluyó Castillo.