La grasa que ingerimos directamente en las comidas más la grasa que adquirimos a partir de la trasformación de los excedentes de glucosa se distribuye a todos los rincones del organismo mediante el aparato circulatorio. La persistencia de la materia grasa en su primera localización depende del mayor o menor consumo de energía que reclamen los tejidos musculares adyacentes y de la posibilidad de acumularse en las zonas más tranquilas e inactivas del cuerpo.

Nos puede ayudar a entender este peculiar reparto la forma y el lugar donde se aglutina el polvo en una habitación, que aun habiéndose producido de manera uniforme por todo el espacio, las corrientes de aire y el movimiento provocado por la actividad de los residentes hace que se redistribuya y se concentre en los rincones, debajo de los muebles, etc., en general donde el acceso está más limitado, desapareciendo de las zonas de paso o de mayor actividad.

Así encontraremos mayores depósitos de grasa en la zona abdominal de los hombres, en los brazos, muslos y caderas de las mujeres, que realizan poco ejercicio físico. En general es totalmente reseñable y fácil de comprobar cómo las personas que efectúan ejercicio físico con asiduidad, pierden los remanentes de grasa de las zonas que más habitualmente estimulan y trabajan. Valga como ejemplo la falta de grasa en todas las personas que practican atletismo o ciclismo y la reducción de los pliegues de grasa abdominal en la mayoría de los deportistas mientras están en activo.

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